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Ser Mama de una Bailarina

  • Stefy García
  • 27 nov 2015
  • 2 Min. de lectura

Así que un día inscribes a tu niña de 3 años a una clase de ballet. Principalmente lo haces porque el ortopeda, te ha recomentadado, que sería muy positivo, que la niña practique esta actividad, debido a que tiene el pie plano y esto puede ayudarla bastante, además tendrás 2 horas libres a la semana y aprovecharas que salga un poco más cansada de clase y esté tranquila, el resto del día, pero eso no es lo que va a pasar….

Ella sale de sus clases y vuelve ilusionada, bailando por toda la casa, lo que ha aprendido. Agita las piernas en el aire, corre de puntillas y empieza a dar vueltas con las manos sobre la cabeza, preguntándote toooooodos los días ¿hoy toca ballet?

Sin darte cuenta lo siguiente es escucharte quejándote de tener que ir 2 o 3 veces por semana a llevarla a la academia, que el ensayo en el teatro fue más tarde de lo previsto (y entre semana!), el tiempo que tarda tu hija en cambiarse cuando a ti te urge pasar al supermercado antes de que cierren. Y no hablemos de los gastos! Las clases, el ensayo, el vestuario, el maquillaje, las puntas, zapatos de carácter, punteras, mallas, puntas, cintas, faldas, puntas, calentadores, entradas para el teatro, ¿mencioné las puntas?

Te empiezas a preocupar porque va cada vez más días a la academia, las clases son más largas, ha tenido que ir algunos sábados, hace la tarea deprisa, sale corriendo y no quiere ir a catequesis, porque coincide con la clase de baile moderno, en verano sólo espera el curso intensivo y ahora solo habla en términos extraños en francés.

Te sabes de memoria el teléfono del podólogo, del ortopedista, del fisioterapeuta y del fisioterapeuta. Tu bolso parece un botiquín, merthiolate, gatorade, tijeras y micropore. Te sientas con las otras mamás de la academia a romper, lijar, coser, cortar, despuntar y quitarle el alma a las puntas.

Y en el momento menos esperado, la niña, que ya ha crecido, toma una mala decisión, con la que tu no estás de acuerdo y decide dejar de balar… es su última actuación y es el último par de puntas que compraste para tu hija.

Cuando sea la última vez que veas las cortinas del escenario cerrarse, ¿te acordarás de las horas, el dinero y el esfuerzo? Yo creo que no.

Pensarás en los regalos que la danza le ha dado a tu niña: la capacidad de priorizar y hacer varias cosas a la vez, un cuerpo fuerte, femenino y flexible, el trabajo bajo presión y resolver problemas en el último minuto, un sentido de la musicalidad maravilloso, la habilidad de hablar en público.

Estarás orgullosa de mandar a tu hija al mundo real con grandes valores como el esfuerzo, trabajo, disciplina, responsabilidad y ética profesional. Sabrás que tu hija está rodeada de mujeres igual de poderosas, con gran sentido de apoyo mutuo, admiración y respeto.

Y finalmente entenderás que haber llevado a tu niña hace 15 años al ballet fue una de las mejores decisiones que como mamá pudiste haber tomado.


 
 
 

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